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El viaje al Norte significó mucho esfuerzo, con las palabras de Madre Martha: “Siete meses de trabajo para una semana de viaje”. Necesitó nuestra predisposición, junto con la dedicación de todas las personas que nos ayudaron y acompañaron. Sin la invaluable colaboración de todos, hubiese sido imposible lograrlo.
Finalmente llegó el día tan esperado, el 2 de octubre comenzó el viaje que planeábamos desde muy pequeñas. Las expectativas, despedidas, equipajes y nervios se mezclaban al momento de partir.
Cada día aprendimos algo nuevo. Conocimos paisajes extraordinarios, lugares históricos, museos únicos. Descubrimos otra cultura, una realidad totalmente distinta a la que estamos acostumbradas. Nos encontramos con personas diferentes, pero iguales al mismo tiempo, que nos recibieron con mucha alegría y cariño y recibimos más de lo que esperábamos: nos hablaron de sus ritos culturales, de su amor a la Pacha Mamma, de su respeto a la Tierra y a sus tradiciones. Entendimos que las experiencias unen, que podemos trabajar mucho mejor en grupo, que la buena convivencia pasa por la comprensión y aceptación de las demás.
Este viaje nos enriqueció superando nuestras expectativas. Nos sorprendió cómo lo que para algunos es “nada”, puede significar mucho para otra persona. Recordaremos por siempre esta experiencia sin igual; y agradecemos a todos aquellos que nos ayudaron a hacerla realidad.
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Estamos a Jueves. Han pasado ya 5 días desde que regresamos del Norte, un viaje increíble, una vivencia inolvidable.
Todo comenzó ese viernes 2 de octubre, donde las 27 chicas de segundo polimodal nos preparábamos para un viaje que nos cambiaría por completo. Las expectativas eran muchas, las valijas incontables; con una misa de despedida, y las lágrimas de nuestros padres en los ojos, comenzó la aventura.
En el comienzo del viaje todavía no nos percatábamos de lo que estábamos haciendo. Tras películas, comidas, risas y largas charlas; llegamos al destino. En Jujuy nos dimos cuenta que ya no estábamos en casa, era todo distinto; las viviendas, las personas, el aire, el ambiente, todo había cambiado.
El cuarto día, en Humahuaca, nosotras habíamos cambiado. Éramos más que solo compañeras, éramos hermanas. En la primer escuelita, a pesar de problemas que nos hicieron angustiar, pusimos lo mejor de nosotras y logramos más de lo esperado, pasamos el día y todas juntas superamos los problemas.
En la segunda escuela los directivos y sus alumnos nos esperaron con los brazos abiertos y panes por hornear. Nos hicieron una hermosa misa y masa para cocinar; querían mostrarnos lo que realizan todos los años en el día de los santos. Nosotras lo apreciamos y disfrutamos de una maravillosa mañana junto a ellos. Nos mostraron que con buena voluntad todo se puede lograr y mucho más si tenés amigos que te ayuden.
Algo distinto, nunca antes hecho, sucedió en la tercera escuela, ya que solo había ocho alumnos, dos profesores y era la primera vez que se la visitaba. Nos propusieron un día original, una caminata hacia las Inca Cuevas. Fue largo y cansador, agotador por la altura, pero el disfrutar con los niños nos hacía olvidar esos problemas.
Todas estas escuelas nos demostraron cosas diferentes, los chicos nos llegaron de distintas maneras al corazón, pero siempre con un fin bueno. Nuestros sueños se cumplieron.
Las expectativas que teníamos fueron llenadas. El viaje nos enseñó que personas con muchos menos recursos viven felices y sin depender de cosas materiales. También nos enseñó sobre distintas culturas y realidades.
Esperamos que todo lo aprendido perdure para siempre en nosotras y nos ayude a construir un mundo mucho mejor sin discriminación, en el que todos seamos iguales y tengamos los mismos derechos.
“La vida es una subida, pero la vista es maravillosa.”
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Hace cinco días que llegamos del Norte de nuestro país, de un viaje inolvidable, que nunca creímos que iba a cumplir todas las expectativas que alcanzó.
Antes de partir, nos imaginábamos cómo iba a ser la experiencia, planeábamos los juegos que les íbamos a hacer a los chicos, teníamos todo calculado; pero cuando llegamos y vimos las diferentes realidades, todos esos planes quedaron en el recuerdo. Lo único que importaba era poder sacarles una sonrisa a esos niños que habían tenido que caminar horas y horas, bajo el caluroso sol, hasta llegar al colegio y ahí poder desayunar y almorzar.
Al ver a estas personas, ver estas situaciones de vida, a las que no estamos acostumbrados, comenzamos a pensar diferente. A valorar lo que tenemos, tanto lo material como a los afectos. Comprendimos que quizás en nuestra adolescencia nos hacemos problema por cosas insignificantes, pero comparado con lo que sufren ellos, no tienen importancia.
También vimos que las personas que menos tienen son las menos egoístas y las más agradecidas; cuando les dábamos la mercadería, que tanto nos había costado conseguir, nos sonreían y nos respondía con un gracias, pidiéndonos que no nos fuéramos y se preguntaban cuándo íbamos a volver. Ésas actitudes y sus caritas felices nos llenaban de alegría y satisfacción propia. Sentíamos que todo el camino que habíamos recorrido ahora sí tenía un sentido.
Y el progreso que tuvimos no fue solo en lo personal y con los chicos, si no también crecimos como grupo. Si bien éramos un curso muy unido, nos comenzamos a respetar, a valorar y a querer el doble. Aprendimos a entendernos y a saber que aunque tenemos distintas opiniones, podemos juntar todas y hacer de esas ideas, algo maravilloso, como lo fue este viaje.
Estamos sumamente agradecidas por la posibilidad que tuvimos de tener esta experiencia que nos ayudó a conocernos más y sabemos bien que si no hubiéramos estado acompañadas por los mayores que viajaron con nosotras, no habríamos logrado nada de lo que pensábamos. Ya que ellas nos acompañaron en todo momento, cuando pensábamos que estábamos haciendo las cosas mal, ellas estuvieron y nos dieron fuerzas para seguir en ese camino misionero.
Nunca vamos a olvidar este viaje, todas las experiencias vividas, las alegrías, los llantos y las sonrisas recibidas.
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