Fuente: http://www.laiconet.es/
EL EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17,1-9
Su rostro resplandecía como el sol
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis." Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."
Comentario desde la educación de los hijos
Pedro, Santiago y su hermano Juan experimentaron en primera persona el bienestar y la felicidad que la proximidad de Dios genera. Ese encuentro con Dios se produjo en un determinado momento y lo vivieron unas personas concretas, pero no por ello queda limitado a estos apóstoles o a los discípulos que pudieron conocer a Jesús y acompañarlo en su predicación. A ese encuentro estamos llamados todos, sin excepción, y es incumbencia nuestra, como padres cristianos, la de facilitar a nuestros hijos el calor y los medios necesarios para que también ellos puedan vivir esa experiencia de encuentro con Jesús, capaz de cambiar la vida propia y la de quienes nos rodean. Precisamente este segundo domingo de cuaresma celebra la Iglesia el día del seminario, jóvenes que, como Jesús les pedía a sus discípulos, se levantan sin miedo y acuden a su encuentro. Recientemente tuvimos oportunidad de escuchar a un sacerdote como la vida puso ante él numerosos caminos, pero de todos ellos el escogido es el que mayor satisfacción y felicidad le proporcionó. No debiéramos tener miedo de mostrar a nuestros hijos el camino del sacerdocio como vocación de vida, ni ser una rémora para que lo recorran aquellos que libremente se sientan llamados.
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